lunes, 11 de enero de 2010

William Navarrete: Ana Cabrera Vivanco - Hoy en El Nuevo Herald

William Navarrete: Ana Cabrera Vivanco - Hoy en El Nuevo Herald

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No había visto esta entrevista. Gracias por permitirme leerla en este blog. Excelente artículo de Navarrete sobre usted, una autora que honra la literatura cubana. Felicidades y exitos muy merecidos. León Gálvez.

Anónimo dijo...
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Las Cien Voces del Diablo

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Una historia arrolladora y sensual que envuelve al lector en un torbellino de pasiones y sercretos y que Ana Cabrera Vivanco narara con una magnífica zoz propia, tan audaz como subyugante. Grijalbo Narrativa 2011

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Firma de Las Horas en Reus

San Jordi, firma de Las Horas

Conversación con Ana Cabrera Vivanco

¿Cuál fue la mayor dificultad a la hora de abordar esta novela?
El reto más difícil fue eliminarme a mí misma como personaje de la
trama. Aparcar mis sentimientos fue un desafío extremadamente doloroso.
Había que pensar y sentir con la cabeza y el corazón de los revolucionarios,
entenderlos y reflexionar con ellos, soñar el sueño de aquellos que
hicieron del mío una pesadilla. Mi familia fue desde el inicio una de las
perjudicadas con el triunfo de la Revolución. Lo perdió todo. Mi abuelo
dejó de ejercer su profesión de médico y se sumió en una profunda
neurastenia que nos hizo temer por su vida.
¿Cómo vive usted el exilio?
Cuando salí de Cuba, invitada en Tenerife a presentar mi libro La voz
del silencio, sentí que estaba sepultando a mi madre por segunda vez.
La patria está en la sangre y te corre por las venas. En mi escaso equipaje
me traje mutilada Las horas del alma. Había quitado los párrafos en
donde hablaba del proceso revolucionario; no podía levantar sospechas.
Mi pasaporte decía: «Profesión: escritora», y está de más decir que esa
palabra despierta suspicacias. Atrás quedaban mi esposo y mi única
hija, sin una lágrima; las lágrimas también levantan sospechas en las
partidas. No tenía ni la más remota idea de cómo podría rescatar los
muñones de la novela que había dejado en la isla. Mi hija se encargó
de hacerlo arriesgándose a traerlos a España. De haber sabido que los
traía en su maletín de mano, me habrían fallado las fuerzas. Tardamos
tres años y medio en reunirnos los tres desde el otro lado del océano.
¿Qué cree que ha sucedido y sucede en Cuba?
Cuba, antes del 59, era un país moderno que prosperaba dentro del
continente americano. El golpe de estado de Batista, que terminó convertido
en una sangrienta dictadura, cambió el destino del país. El triunfo de la
Revolución fue recibido como un milagro, la gente creyó ciegamente en
su líder, lo convirtieron en el nuevo Dios. Su líder predicaba lo mismo que había predicado Dios y prometía acabar con el hambre, la miseria; había
llegado la hora de la igualdad para los humildes. Al menos esta promesa
con el tiempo se cumplió. Todos, menos la élite que gobierna desde hace
cincuenta años, y los que viven a su costa, fuimos «igualitarizados» por
la ruina y la miseria que se apodera hoy de la isla.
¿Y cree que hay algo que rescatar de la Revolución?
Si tuviera algo que rescatar de la Revolución cubana, sería su papel de
ejemplo frustrante. Nuestra desafortunada fórmula revolucionaria debería
aleccionar a otros pueblos de Latinoamérica para evitar que endiosen
a sus líderes y no permitan, mientras puedan, que se perpetúen en el
poder. El poder desmedido envilece al ser humano. El cambio que
necesita Cuba no va a llegar con la muerte del dictador. La muerte de
un hombre no puede reparar el daño que ya se ha hecho. El mayor de
todos, a las familias cubanas que se han visto separadas por décadas
de sus hijos, o a quienes han muerto sin que esos hijos pudieran volver,
al menos para acompañar su entierro.
¿Qué le gustaría que sucediera en su país?
Me gustaría respirar algún día el aire limpio de la tierra que me vio
nacer, andar libremente por las calles de La Habana viendo a la gente
sin la máscara del miedo, expresando lo que piensa sin temor a ser
encarcelada o reprimida. Quisiera que los que derrocaron a Batista
con las armas no llenaran las cárceles con los hombres y mujeres que
difieren de su ideología y se oponen sólo con el pensamiento pacífico
y la expresión escrita. Me gustaría que existiera diversidad de partidos,
libertad de prensa, elecciones libres… y, sobre todo, que los cubanos
pudiéramos volver a sentirnos unidos, hablando en un idioma común.
Los de adentro y los de afuera siguiendo un mismo camino. Tal vez
mis nietos, aún por nacer, consigan ver este sueño hecho realidad. Yo
me siento un tanto escéptica.
PARA MÁS INFORMACIÓN Y ENTREVISTAS CON LA AUTORA,
PUEDES PONERTE EN CONTACTO CON EL DEPARTAMENTO DE PRENSA DE GRIJALBO.
Teléfono: 93 366 03 94 / 91 535 87 78